Soy Carlos Jeldres Venzano. Ingeniero, Chileno, Chillanejo y fanático de Ñublense. El 11 de junio del 2016 dejé mi trabajo y comencé a perseguir mi sueño: dar la vuelta al mundo en bicicleta. 5 continentes, 5 años y más de 100 países. Bienvenidos al viaje de mi vida

Islandia: Tierra de fuego y hielo

Carlos Jeldres Venzano - junio 14, 2017


El 20 de abril del 2017 empezó la ruta europea. Primer país: Islandia.
La principal razón de comenzar la ruta acá, y creo es la principal motivación de la mayoría de quienes visitan esta inhóspita isla, es la curiosidad que causan esos paisajes que parecen ser de cualquier planeta, menos de la tierra, además del descubrir cómo vivían, tanto su cultura como su carácter; entender la forma en que se desarrolla la civilización en un lugar tan poco amigable con el ser humano, lleno de volcanes y erupciones, viento, lluvia y nieve, con temperaturas que pocas veces superan los 0°C.
Además, por un tema logístico, Islandia es el país localizado más al noroeste de Europa, con su capital Reykjavik como la capital más al norte del mundo, por lo que este hecho me permitiría empezar a cruzar Europa desde el extremo más al noroeste de Europa hasta donde se acaba en el sureste y se da comienzo a Asia: en Estambul, Turquía. Éste sería el último punto de la ruta europea.

20 de Abril del 2017, 4:50am hora local y mi avión que aterriza en el Keflavíkurflugvöllur (sí, ese es el nombre del aeropuerto internacional del país, como todos los nombres increíblemente largos y complicados de este país). Ese día era el primero del “verano islandés”, por lo que acá era feriado. Acá no existe el concepto de verano que tenemos en sudamérica. Existe solo el "verano islandés" (para mí, un invierno) y el "invierno islandés" (un "súper-invierno").
Fui recibido con una nevazón y con una pésima noticia. Libertad, mi compañera de viaje, se había quedado en Canadá. Tenía que rezar para tenerla conmigo lo antes posible.



Ya instalado en Reikjavik, decidí quedarme 4 días en la capital. Siempre intento quedarme algunos días en las capitales, aunque creo que acá me sobraron un par.
Pasa que Islandia es un país tan pequeñamente poblado, que no hay demasiado que hacer en sus centros urbanos en comparación con otras capitales del mundo, más allá de recorrer la ciudad en bicicleta (que se puede hacer fácil en un día) o visitar un par de museos o puntos de interés; la ciudad no es ni por asomo una metrópolis donde hay varias actividades. Reikjavik tiene un aire a pueblo en cada rincón, desde su arquitectura, la densidad de su área urbana hasta su tráfico. Eso sí, es hermosísima y única, me la pasé genial recorriendo sus rincones y senderos.
Reikjavik, capital de Islandia y capital más septentrional del planeta.
Acá intenté dedicarme a conocer al islandés. Dos buenas amistades que realicé en el país fueron Lucy, taiwanesa con quién recorrí casi todos los días la ciudad y Hafsteinn, islandés con quien hicimos buena amistad y que por esas coincidencias de la vida, en dos semanas más nos íbamos en el mismo barco y cuartos contiguos hacia las Islas Faroe y Dinamarca. Él recorrería europa en 100 días en su moto.

Sin tener razones para ello, por algún motivo me hice una imagen mental de un carácter islandés parecido al chileno; quizás explicado en el hecho de vivir en una zona no muy amigable con el ser humano y el aislamiento, podían forjar personalidades similares.
Encontré en el islandés, quizás como me lo esperaba, bastante frío. Y ciertamente no es un tema de barrera lingüística; si bien el idioma islandés es impronunciable e inentendible para el 99,9% del mundo, este hecho propicia que prácticamente cada isleño aprenda un muy buen inglés para comunicarse con el resto del mundo.
Me costó tener conversaciones más allá de lo formal con los islandeses, sentí como si hubiera una barrera invisible con ellos. Con las mujeres fue todavía peor, si incluso los mismos islandeses se reían sobre lo frías que eran.
Sin embargo, acá se sale mucho de noche y se bebe bastante. Acá es donde se abre la pequeña ventana para conocerlos. El invitar a un trago a un desconocido es como la forma de sociabilizar, de demostrar que no son robots, como les decía para molestarlos. Y ciertamente que se agradecían esos gestos! 
Vida "nocturna" en Reijkavik. Las comillas, dado lo poco que efectivamente tenía de oscura la noche.
Todo cerca de la pequeña calle Lækjargata

En cada país que he pasado, siempre hago una simple mención a que tan caro o económico es el lugar. Esto da una idea de que tantos gustos o lujos puedo darme, o qué tanto debo restringirme. Pero el caso de Islandia, es para una sección entera.
Tan pronto llegué al país, como de costumbre saco el máximo permitido del cajero automático para así pagar menos comisiones. Me dio 150.000 coronas. Sin estar aun familiarizado con el tipo de cambio, asumí eran unos 300 dólares como mucho. A los minutos descubro que eran casi 1.500 dólares. Claro, es normal tener que retirar esa cantidad de un cajero, ya que alcanza para un par de semanas con suerte...
Es por lejos el país más caro que he visitado en toda mi vida. Pero por lejos. No hablo de diferencias de un 20% o 30%. Algunas cosas costaban 5 veces más que en Chile; incluso los norteamericanos se reían de lo ridículo de algunos precios.
Hamburguesas (horror de hamburguesas insípidas) de un carrito afuera de un pub a 9 mil pesos (14 dólares), trozos pequeños de queso en el supermercado a 13 dólares o más…ni hablar de tener la idea de comer en un restaurant, donde se iba todo el presupuesto de la semana. Irse de cervezas? Unos 10 dólares la más económica en el lugar más barato de la ciudad.
En un país con una naturaleza tan dura donde nada crece y casi todo se importa, la distancia del resto del mundo para el transporte de bienes, lo desarrollado del país junto con sus altos salarios locales y el gigantesco flujo de turistas que inyectan dólares a la economía inflando el valor de la moneda local, la Króna (Corona), hace de una mezcla perfecta para hacerlo uno de los lugares más caros del planeta, no apto para bolsillos mochileros.
Unos de los pocos gustos que me di en el país. Carne de ballena, con sopa típica del país y cerveza local.
La carne de ballena parece ser más de vacuno que algo salido del mar. Exquisito eso sí.


Adiós Reikjavik...
La Ruta

Descansadas las piernas en la capital, con Libertad ya en Islandia luego de que me la enviaron por encomienda desde Canadá, hora de comenzar a descubrir el país en su lado más salvaje, su naturaleza.
La ruta originalmente la había planteado en base el Ring Road, es decir, recorrer el anillo de la “Carretera 1”, que une toda la costa del país, empezando y terminando por Reikjavik, su capital.
Sin embargo, antes de llegar al país, los temas logísticos me hicieron tener que cambiar la ruta.
De partida tenía solo 3 meses de visa en toda Europa, y quedarme a dar el círculo entero, significaba gastarme casi un tercio en sólo un país.
Por lo demás, conseguí un barco que me llevaría a Europa continental que salía desde el Este, desde Seyðisfjörður, al otro extremo de la isla, motivo por el cual no podría terminar mi ruta en Reikjavik. Con esto en cuenta, decidí intentar una ruta suicida, empezar por el sur del país, cruzarlo por la mitad (el Inner Land, donde están por sus volcanes y glaciares), hasta salir por el norte para terminar en Seyðisfjörður.





El Inner Land. Las tierras altas de Islandia.

Solo un par de días me duró la aventura en el Inner Land, teniendo que volver pronto a la costa. De partida los caminos que conectaban el centro del país estaban cerrados por nieve, eran impasables. Claro, según mis estimaciones, eran solo 700 metros sobre el nivel del mar donde estaba, pero no es lo mismo 700 metros en Sudamérica, donde la nieve y el frío recién empieza a aparecer sobre los 4.000 metros, que acá, en un país adyacente al círculo polar ártico, donde 100 metros pueden hacer la diferencia entre un área habitable y uno de los glaciares más grandes del mundo.
En el Inner Land, el clima que viví fue de lo más duro que me ha tocado en este viaje. Altura, frío, lluvia, nieve y viento.

Era tanto el frío, que no podía ni siquiera llevar comida en mi canasto. Todo se congelaba a los pocos minutos. Incluso mis desayunos por un par de días fue sólo comida congelada.
El intentar dormir era una tortura igualmente. En el verano islandés, y dada la posición del país cerca del polo norte, el sol se pone recién hasta bien entrada la noche en esta época del año (a diferencia del invierno, donde apenas sale). Es el llamado efecto del “sol de medianoche”.
No solo me costaba dormir con el cielo iluminado a las 11 de la noche, sino que además a esa hora los peaks de frío recién comenzaban. Y duraban hasta las 4 de la mañana.
Durante esas horas no podía dormir, por lo que recién lograba conciliar el sueño a eso de las 5am para dormir hasta el mediodía.

Una hora o menos me duraba la comida en el canasto.
Leche congelada y plátanos duros como piedra eran parte de mi dieta en esos días.

A pesar de todo el frío que hacía, los paisajes compensaban de alguna forma el esfuerzo físico.
El sur de Islandia

Así empecé a pedalear por el sur de Islandia en la peligrosa Carretera 1 que conecta toda la isla por la costa. Acá, si bien el frío era más soportable, enfrenté otro problema. El viento.

Claro, el viento más fuerte que he sentido en mi vida lo sentí acá. A veces no te dejaba ponerte en pie si es que subía a algún cerro.
Un viento que si me tocaba en contra, no me dejaba avanzar. Peor aún si era lateral, con el peligro de tirarme contra la carretera, poco amigable con los ciclistas que apenas dejaban espacio para pedalear. Un día incluso fue tanto que simplemente no podía pedalear, es la primera vez en el viaje que la naturaleza me gana.

El viento ese día me tiró dos veces contra esa carretera donde los límites de velocidad son de irresponsables 90 kms/hr, pero apenas diseñada para 50.
La Carretera 1, que conecta a todo el país mediante la costa.
El suelo volcánico de Islandia, a diferencia de lo que pensaba, era muy blando por el musgo que se formaba, descansando en un verdadero colchón gigante al momento de poner la carpa.
Bienvenida al poblado de Vik.

Ya a la segunda casi-caída, tuve que tragarme el orgullo y pedir ayuda para que me llevaran al siguiente pueblo a buscar refugio, mi vida valía más un día de pedaleo. Ahí conocí a Gerard y su esposa, pareja española con quienes tuvimos gratas conversaciones.
En el sur llegué al Vatnajokull, uno de los glaciares más grandes del mundo, un verdadero espectáculo de la naturaleza, donde la nieve y el hielo desbordan los volcanes del país creando un entorno único, con trozos del glaciar flotando en los muchos lagos del país bajo un fuerte frío.

El Jokularlson, lugar donde desfilan todos los trozos desprendidos del Vatnajokul. 
Pero como cada día, solo viento en contra...
El este de Islandia

La última parte de Islandia, el este del país. El último esfuerzo antes de llegar al puerto de Seyðisfjörður. Solo 250 kms me separaban, pero si las condiciones se mantenían como el día anterior, me iba a ser imposible llegar considerando que me quedaban solo 2 días y medio de pedaleo.
Afortunadamente el clima me dio un día de tregua, ya que de otra forma, tendría que haber abandonado definitivamente esta etapa. Pude avanzar decentemente el primer día, apreciando la costa este del país, totalmente distinta a lo que vi en el oeste.

Acantilados gigante, curvas pronunciadas y cientos de aves y animales atravesándose en el camino.
Quedando solo a 150 kilómetros, pensé que ya se había logrado la meta, pero faltaba la última gran prueba...



Claro, eran solo 150 kilómetros pero no consideraba que entre ellos estaba el Öxi, un atajo que pasaba por medio de las montañas, con pendientes del 17%, sobre los 500 metros de altura, impasable muchas veces según el tiempo, lleno de nieve, viento y sin pavimentar. Perfecto para coronar la ruta más difícil del viaje.
Me senté a conversar conmigo mismo antes de seguir adelante. Si me saltaba este atajo, eran 210 kms en casi exactas 24 horas. Muy difícil de lograr, incluso imposible si el tiempo no me acompañaba.
Mientras junté el coraje para subir, baja el primer vehículo, una camioneta. Me dice que ni se me ocurra subir, que sumado a lo impasable del camino, hay una tormenta arriba y la visibilidad es casi cero. Incluso con una 4x4 era durísimo.
Mientras aun en la etapa de negación, devolvía a hacer el camino "normal" y pedalear los 210 kms...me llegó un segundo aire. Necesitaba tomar la ruta suicida, tenía que por lo menos intentarlo.
Mientras estaba nuevamente al lado de ese letrero azul con la adrenalina subiendo y pensando como me iban a explotar las piernas subiendo eso, una nueva camioneta para a decirme lo mismo...
Ok, quizás no sea la mejor idea, había que resignarse. Cuando ya estaba masticando la idea de dejar la locura de lado, pasa una camioneta y camino al atajo.
     —Hey! Tu eres el famoso chileno! —Me hablaron dos chicos con acento español. Resultaron ser vascos del Iparralde, el país vasco francés.
     —Jajaja, así que soy famoso ahora?
     —Pues claro! Ya nos han hablado de ti como 4 personas que hemos conocido, incluso estos dos que hemos recogido. — Cuando bajan de la parte trasera los franceses que hicimos amistad en Kirkjbaeklaustur.
Pues resultó que un país tan pequeño como este, con una única carretera y en esta parte del año, yo, junto con otro ciclista que lamentablemente no pude conocer, éramos lo únicos recorriendo en bicicleta este congelador gigante.
     —Venga, que esta dura esta subida, te ayudaríamos, pero sabemos que no vas a aceptar la ayuda.
     —No sabes el miedo que me han metido de subirla.
     —Se ve realizable para ti, a "tomar por culo" los que te meten miedo.
Era lo que necesitaba. A darle...
El inicio, cuando aun habían bajas pendientes y se veía algo.
Mientras gran parte del camino era simplemente empujar una bicicleta de kilos y kilos de peso, veía lo nada que avanzaba en el GPS. A los pocos kilómetros, la visibilidad era de escasos metros y ya en solo 200 metros, se notaba la altura y el frío empezó a no hacerme sentir las manos.
Poco antes de llegar a la cima, empieza una nueva tormenta que me botó un par de veces de la bicicleta.

En ese instante recordaba lo que había escrito hace unos días:
"A seguir conquistando el mundo".
Parecía como si el planeta se hubiera encargado de hacerme sentir lo equivocado que estaba, de lo engreída de esa frase; con un simple soplido podía hacerme fracasar.
Aprendí de la peor forma la lección, el mundo no se conquista, se descubre, con el mayor de los respetos.
Mágicamente, luego de poco menos de una hora, donde apenas pude avanzar, la tormenta para. El viento que corre a favor y se despeja.
Lección aprendida.



Mientras bajaba, me adelanta una señora en una camioneta. Baja la ventana, y en inglés me dice "I'm proud of you". "Estoy orgullosa de ti".
Se acabó. La última gran prueba antes de llegar al puerto la había cumplido. Me emocioné bastante con esas simples palabras, pero significaban la coronación de otro país, el más duro y hermoso que me había tocado hasta ahora.

Libertad como más me gusta. Llena de barro!
 El último día antes de llegar al puerto fue el un hermoso paseo. Por fin la temperatura me permitió bañarme en ríos islandeses, además de poder apreciar con tiempo despejado, lo majestuoso de las montañas de este país.

En el puerto, me volví a reencontrar con Hafsteinn.
     —Te vi subiendo el Öxi —me dijo —
     —Sí. Fue durísimo.
     —Mis respetos.
     —Cervezas para celebrar?
     —Por supuesto.

Me tocaban dos días sobre un barco rumbo a las Islas Faroe y luego Dinamarca.
Miles de historias de guerra y gente que conocí en este barco, pero eso va para otro post.
Islandia estaba completa.


Mientras escribía este post, notaba la dicotomía que se producía entre las fotos y el relato.
Claro suena todo muy tortuoso, y la verdad que a ratos lo fue. Pero lo lindo de esta historia fue su naturaleza, plasmadas en las fotos. Sus volcanes y glaciares. Sus cascadas y sus géiseres. Su nieve, sus paisajes que a veces parecían no ser parte de este planeta.
Había puntos que según la dirección donde se mirara evocaban distintos paisajes de la tierra. A veces nieve, viento y un clima durísimo para flora y fauna que me recordó a mi primera aventura cicloturista en la Patagonia chilena.
Otros, que con su pasto amarillento se asemejaba mucho al que vi en el altiplano Chileno-Boliviano, con ese color que solo se da solo sobre los 4.000 metros en mi país, acá se daba solo a unos cientos. Y sumado a ese viento gélido que te partía la cara, sentí un flashback que me llevó hacia unos meses atrás, a poco de iniciar mi aventura.
El cielo tenía un color que jamás en mi vida vi. Un color donde las palabras sobran y basta solo mirar.
Es definitivamente uno de los espectáculos naturales más lindos que he visto en mi vida. Todo lo difícil que fue el llegar hasta acá se compensó con lo vivido.

¿Me arrepiento de haber pedaleado por acá?
Absolutamente no. De partida cada experiencia dura me deja aprendizajes sobre cosas que hacer o no hacer. Además, estas experiencias me dan fuerza para los años que me quedan de aventura. Si pude pasar esto, llegar hasta los Himalayas o cruzar la selva africana en bicicleta no será nada
Por último, esta naturaleza y vivir este entorno se paga solo. Y no hablo de venir, pagar un vehículo y tomar un par de fotos. Hablo de realmente (sobre)vivir en este entorno.
Volvería? No lo creo. Siento que las dos semanas en este país fueron más que suficientes para hacerme una idea de este.
Eso no quita el hecho que recomendaría a todo el mundo venir a esta isla a conocerla.

Hasta pronto Islandia? Yo creo que es un hasta siempre.









El alcohol fuera de los pubs es vendido solo en tiendas en horarios limitadísimos, por una empresa controlada por el estado y a precios carísimos. La idea es desincentivar al máximo el consumo.



Uno de los pocos días que pude bañarme en los ríos islandeses

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