Soy Carlos Jeldres Venzano. Ingeniero, Chileno, Chillanejo y fanático de Ñublense. El 11 de junio del 2016 dejé mi trabajo y comencé a perseguir mi sueño: dar la vuelta al mundo en bicicleta. 5 continentes, 5 años y más de 100 países. Bienvenidos al viaje de mi vida

Ruta Timor: Filipinas, Indonesia & Timor Leste

Carlos Jeldres Venzano - agosto 03, 2023



Terminé Japón y el siguiente país insular hacia Australia era Filipinas. Era principios de mayo y aún me quedaban dos meses para explorar algunas islas antes del invierno australiano, punto ideal para atravesar su inmenso desierto de norte a sur. Y si bien estaba Taiwán a mitad de camino entre Japón y Filipinas, mi otro objetivo, el de visitar cada país del mundo, lo restringí a los 195 miembros de la ONU. Tenía que ponerle una cota a dicho objetivo, de otro modo los “países” se podían hacer infinitos sumando casos de territorios no reconocidos internacionalmente. Como Taiwán no es un miembro propiamente tal, sino que -como Kosovo- un territorio en disputa, como lo decidí con Puerto Rico, lo omití y pasé directo al siguiente país, en este caso, las Filipinas.


Cebú desde las alturas


Viajando hacia algunas de las cientos de islas del país

En cada país, busco de antemano una motivación (excusa) para visitarlo. Como me había hecho adicto a libros de viajeros, mi principal héroe de carne y hueso -luego de mi abuelo-, es Hernando de Magallanes, que incluso a 500 años de su muerte ha influido en mis rutas. Si él no hubiera sido portugués, no habríamos comenzado con Libertad la ruta en Eurasia desde Portugal, por ejemplo. La expedición de Magallanes fue la primera que dio la vuelta al mundo, abriendo con su hazaña el camino a muchos como yo que, con infinita menos épica, lo intentamos emular de una u otra forma. Pero si bien la expedición logró dar la vuelta al planeta, Magallanes fue asesinado antes de llegar de vuelta a España en la isla de Mactán, actual Filipinas. Por ese motivo decidí que esta isla fuera primera parada en las Filipinas, mi país número 101 de la vuelta al mundo, ya que me interesaba saber el prisma histórico con el que es conocido este hecho acá. Al llegar inmediatamente vi que, a diferencia de mis libros narrados desde quienes vivieron la expedición, y donde quienes lo mataron fueron unos villanos, la figura mítica de Lapu-Lapu, el indígena que lo mató, es vista en el país como símbolo de la resistencia frente a la colonización.  Pero ¿Es real la figura histórica de Lapulapu? Como he visto en prácticamente cada país visitado, la realidad y el mito se mezclan en la historia oficial, pero la verdad es que poco importa si existió realmente o no. Lo que importa es "el relato", el que sirve para crear el sentimiento de identidad y unidad nacional.

Mientras pedaleaba hacia ese punto, en la bahía, me detuvo Carlo, quien junto a un grupo de amigos, todos filipinos me invitaron al día siguiente a explorar las islas en bicicleta. Él tenía un taller de bicicletas y un emprendimiento de biciaventura. Lo primero que pensé fue el inmenso contraste con Japón. Que algo así me hubiera pasado allá, esa cercanía y calor humano, era casi imposible. Pero al día siguiente Carlo no apareció así que partí solo rumbo hacia Cebú luego de explorar Mactán. Al cabo de un rato me envió un mensaje sorprendido de que yo ya no estaba ahí.

— Pues te esperé media hora y no apareciste — le respondí
— Pero si fue media hora solamente, devuélvete y llego en veinte minutos, más o menos.

Le agradecí su amabilidad, pero preferí desistir. De todos los países que visito intento aprender lo mejor de su cultura y si algo he intentado dejar atrás de la mía -y, como aprendí, también de la filipina- es el irrespeto al tiempo ajeno. Luego de pedalear por el casco histórico de Cebú y ver la arquitectura colonial española -donde sus calles pueden ser perfectamente las de Colombia u Honduras-, las cruces católicas a lo largo del país, ver centenas palabras en español, notar el carácter y cultura tan parecidos a los de mi tierra, sumados al atraso de mis nuevos amigos (el caso de Carlo no fue el único), me hicieron llegar a la conclusión que había vuelto a la familia Latinoamericana. Un país con tintes asiáticos, norteamericanos, pero de corazón latino. Quizás como un familiar algo más lejano -por la influencia estadounidense desde principios del siglo pasado- y poco conocido en mi lugar del mundo, pero, tal como en Mozambique donde a pesar que me intentaban engañar con plata una y mil veces o acá donde absolutamente siempre que intenté quedar con alguien llegó con un promedio de media hora tarde, me sentí en casa. Haciendo memoria, había escuchado algo que en el sudeste asiático eran considerados los latinos de la región, pero luego de haber escuchado tantas frases de este estilo, como que los lituanos eran los latinos de los bálticos (de boca de los estonios, donde claramente ambos, sin distinción para mi, están en las antípodas de nuestra cultura), no me lo creí mucho.

Olango

Si bien el país es famoso por sus playas paradisíacas, decidí solo visitar islas locales, como Olango. Tal como en Cuba, Montenegro o Tanzania, no me hacía sentido ir a los lugares turísticos a encerrarme en un hotel, sino que quería mezclarme con los locales. Había algunas islas tan pequeñas que decidí explorarlas a pie. Recordé cuando en un momento pensé en caminar el planeta, en vez de hacerlo en bicicleta, y la verdad es que se aprecia aún más que con la bicicleta el ir a paso lento por sus calles. En esos días fue cuando conocí la lengua Code-switching llamada "taglish" en la que se comunica la mayoría de la población de manera casual, mezcla entre tagalo (la lingua franca local) y el inglés, comprendido por la mayoría de la población. A diferencia del portuñol o el spanglish, no era que una palabra se dijera en un idioma y otra en el segundo idioma. Hablaban, por ejemplo, una frase en tagalo y la siguiente en inglés. Y quizás la tercera la comenzaban en tagalo pero, antes de terminar, cambiaban al inglés. Eran intercambiables las palabras entre uno y otro. En mis años viajando era primera vez que vi una estructura liguística de este tipo. Según me explicaron los locales es por una mezcla de tradición y secretismo.
Manila



Luego de unas semanas por el sur me fui hacia el norte, a la isla donde está su capital, Manila. Si bien mi idea era pedalear unas semanas en la ciudad, esta tiene uno de los tráficos más horribles del mundo, por lo que decidí dadrme largos días de descanso. Como en toda Asía jamás me quedé por largo tiempo en alguna de sus capitales, decidí estar unas semanas ahí, esperando que llegara la parte más helada del invierno en el hemisferio sur, descansando, comiendo, revisando mis negocios y conociendo lo más posible de mi país anfitrión. En esos días de poca actividad hablamos con Javier, mi amigo español con quien recorrimos Tayikistán, la opción de pedalear nuevamente juntos un par de semanas. Acordamos empezar otra ruta en bicicleta (la segunda, en 8 países que nos hemos encontrado) comenzando en Bali. Y no es que ambos fuéramos fanáticos de un destino así, en el punto del planeta que sirve como definición misma de turismo de masas, pero viajar y volar o tomar impredecibles ferries con bicicletas en islas, requiere de una logística importante sobre todo para él que venía de España y teníamos que encontrar un lugar fácilmente accesible para ambos. Bali, fue el punto casi obligado ya que quedaba en mi camino hacia Australia, relativamente accesible para él al ser uno de los puntos más conectados de esta parte del mundo con el exterior.

Llegamos ambos a Bali con apenas horas de diferencia el 22 de junio del 2023 e intentamos conocer lo más que pudimos de la isla, de mayoría hindú. Con el recuerdo fresco de lo que fue India, no me parecían en lo absoluto sus templos, costumbres y rituales a las del que ahora es el país más poblado del mundo. Al hablar con los locales aprendí que el hinduismo de acá ya poco tiene en común con el que se originó en la India. Sus templos, arquitectura, rituales y cultura en general distan mucho de las del subcontinente. Incluso tuvieron que cambiar un elemento básico del hinduismo (el politeísmo) para ser aceptados como minoría religiosa en un país de mayoría musulmana donde el monoteísmo es obligatorio por ley. Fueron estos mismos, los musulmanes, los que siglos atrás llevaron a budistas e hindúes a buscar refugio en esta isla, lo que explica que ahora sea la única isla donde son mayoría.
Bali

Bali es un paraíso de templos y vida cosmopolita. Con miles de actividades para hacer, calles angostas perdidas en las montañas verdes y paisajes sacados de un cuento de hadas. Hace un par de años, Bali hubiera sido un destino ideal para quedarme un par de meses, con una comunidad enorme de nómadas digitales como yo, fiesta y playa. Pero a estas alturas del viaje (y de mi vida) me bastaban un par de días; prefería mil veces unos meses en mi casa, con mi familia y abrazando a mi Polo, mi perro fiel, signo inequívoco que estaba haciendo bien al enfilar rumbo a mi tierra.

En Indonesia tenía que buscarme otra motivación para avanzar. El pedalear sin un rumbo fijo, sin una meta clara no me motiva. Por eso definimos como punto de llegada uno de los países menos explorados del planeta: Timor Leste. Razones habías varias. Era el único país de toda Asia su lengua oficial es una latina (el portugués), que es además mi idioma favorito. El visitarlo lo imaginaba como lo que fue mi paso por Mozambique, una especie de oasis donde entendía absolutamente cada conversación en un desierto de idiomas que no comprendía (Kirguis, Urdu, Vietnamita, Japonés y un larguísimo etc.). A Javier este tipo de países, exóticos e inexplorados como fue nuestro viaje en Tayikistán, también le gustan mucho, por lo que no ni siquiera tuve que convencerlo, fue un automático "vamos". Además, Timor, por su posición geográfica, era el punto más cercano a Darwin, desde donde iba a empezar a cruzar Australia por el norte. Por si faltaran motivos, su frontera terrestre, con Timor Occidental (en Indonesia) requiere una serie de trámites y preautorizaciones que lo iban a hacer aún más desafiante, viendo el cruzar esa frontera como una línea de meta en esta última parte de Asia. Así, mi misión número uno era intentar obtener la preautorización para cruzar esa frontera (luego de mi fallido intento en Filipinas de conseguir dicho permiso).



Nos tuvimos que quedar más de la cuenta en Bali, ya que era el único punto donde podía obtener el bendito documento para entrar a Timor Leste por tierra. Luis, (“bapak” Luis como lo bautizamos irónicamente con Javier) quien era el encargado de la embajada de Timor, no se hacía ver. Intentaba caerle en gracia al llamarlo hablándole en su nativo portugués, pero no había caso. Cuando ya me había rendido luego de visitar 3 veces distintos consulados -no hay cosa que odie más que lidiar con burócratas ineficientes- Javier, quien es naturalmente más optimista que yo en cosas que no dependen de uno, fue quien me convenció de intentarlo por última vez el lunes. Contra mi voluntad acepté, más que nada para que quedase tranquilo que habíamos hecho todo lo posible, pero yo con la certeza que las probabilidades eran prácticamente cero. Tenía mucha experiencia con estos países de "burocracia africana" para saber que era una misión imposible. Luego de reunir una cantidad ridícula de documentos, y presentarlos en una carpeta roja (requisito obligatorio), de cartón (y no de plástico; un chico fue rechazado por presentarla en una carpeta plástica), me dieron en minutos el visado. De no haber sido por la insistencia de Javier, no lo hubiera logrado. Esperábamos con las bicicletas afuera del consulado y tan pronto nos dieron el papel, partimos hacia el este. Rumbo hacia Timor Leste.

El sol y la humedad me pegaron duro en el primer día de pedaleo en varias semanas. Sentí la falta de actividad física -junto a un par de kilos demás ganados semi a propósito para aguantar Australia y no terminar en los huesos como en Tayikistán- por la larga parada en Manila, así que el pedaleo hacia Timor Leste lo tomé como una más que necesaria preparación física para Australia. Ese mismo día alcanzamos el puerto justo a tiempo para llegar a Lombok, nuestra segunda isla.

Lombok

Lombok nos recibió con una arquitectura musulmana que nunca había visto y uno de los azalás más largos que hemos escuchado, continuando así por el resto de nuestra estadía en el país, dejándonos en claro que el lado más glamoroso de Indonesia había quedado atrás. Entramos en la Indonesia profunda y de mayoría musulmana. Para cruzar Lombok desde el oeste, en Lembar, hasta Lombok Puerto, en el este, le propuse a Javier uno de mis planes que hago en rutas enmalladas donde hay centenas de opciones para ir de un lugar a otro, en el caso que me interese conocer al lado profundo ese lugar. Se trata de hacer la ruta que indica Google Maps, entre dos puntos, pero caminando. Una especie de ruleta rusa donde te manda por huellas de animales, propiedad privada y lugares donde es tremendamente dificultoso pedalear y estamos obligados a caminar o llevar las bicicletas al hombro. Javier aceptó, siempre con la idea de que íbamos a llegar en un solo día al puerto. El plan funcionó a medias, ya que la ruta era tremendamente intransitable (Javier se cayó un par de veces ese día por lo mismo) pero obtuvimos panorámicas que de otro modo se nos hubieran pasado desapercibidas, entre poblados perdidos sin acceso a carreteras y campos de arroz. A mitad de camino cambiamos la estrategia y tomamos la ruta principal. En eso estábamos cuando Farid, un indonesio local, nos invitó a comer con su familia; ya era hora del almuerzo y no habíamos encontrado provisiones en un buen rato; se lo agradecimos mucho. Esa invitación, quizás más allá de las mezquitas o la arquitectura, es el símbolo más claro de que estábamos en zona musulmana. Conocimos a su familia y notamos el mucho interés que tienen en conocer a los extranjeros. Nos empezamos a llenar de niños – amigos de su hijo – que nos miraban con curiosidad, y nos decían que "parecíamos actores”, lo cual nos causó mucha gracia. Al despedirnos, seguimos pedaleando ya por rutas más transitables, pero no por eso más seguras. Como mi correlación “pueblo amable, maneja mal” rara vez falla, fuimos testigos del poco respeto a las normas del tránsito en este lugar. Ese día, a poco de llegar a Lombok puerto, un camión que venía atrás mío embistió brutalmente a la mujer que venía a literalmente dos metros detrás de mí. El camión se terminó estrellando contra un árbol y la mujer quedó tendida en el piso. Me salvé por un par de metros ya que, peor aún, no llevaba puesto casco. Nos devolvimos a ver y la mujer estaba en el piso, no sabemos con seguridad hasta el día de hoy si falleció o no, pero sí la llevaron de inmediato al hospital local. Me salvé, una vez más. Al día siguiente, con la moral algo baja por el accidente partimos hacia nuestra tercera isla, Sumbawa.

El accidente del que me salvé por metros

Si bien en Lombok aún quedaba algo de turismo, aunque evidentemente no por donde pedaleamos, al movernos a esta isla más hacia el este, durante los 5 días que estuvimos en Sumbawa no vimos ningún extranjero. Acá empezamos a escuchar, calculo que unas 30 veces al día, los "¡míster!" de los niños (y algunos no tanto). Nos llamó la atención que ocuparan la palabra "Míster", pero es la traducción literal de Bapak, para referirse a alguien en señal de respeto. Incluso escuchamos que a algunas mujeres las trataban de "míster". Javier, tan o más freak por los idiomas que yo, lleva siempre consigo una libreta donde, en cada viaje, le pide algún hablante de alguna lengua que le escriba algunas palabras. Yo sabía que Papúa Nueva Guinea era el país con más idiomas en el mundo, pero había olvidado por completo que Indonesia era el segundo. Pasamos de zonas de lenguas Bali, a Sasak o Bahasa Bima, sumado al Bahasa Indonesia, que tal como el Suajili en Tanzania o el Hindi en la India, la lengua franca del país necesaria para hacerse entender entre regiones. La inmensa cantidad de población dividida entre cientos de islas, ciertamente ayuda a que se generen dialectos que pronto se hacen ininteligibles entre unos y otros por el aislamiento. Pero muchas veces incluso en una sola isla el idioma cambiaba dependiendo si estábamos en el este o el oeste. Y Javier estaba teniendo su propio parque de diversiones pidiéndole a gente anotar algo en algunas de las literalmente centenas de idiomas del país.

— Me siento haciendo trampa — comentaba Javier al ver como nunca que su libreta se llenaba tan rápido.

Sumbawa

 Fue en esta isla donde tuve una conversación con Javier que me hizo "aterrizar" sobre mi viaje. Cuando lo comencé en el 2016 decía que quería "Conquistar al mundo". Luego de quedar congelado Islandia y casi morir en Albania, bajé el alcance del viaje, ahora cuando me preguntaban decía que viajaba así para conocer "cada metro del planeta".

— Mira Indonesia, apenas visitaremos, ¿10 islas? de cientos. Y ¿5 idiomas? ¿10? el mundo es muy grande para decir que vas a conocer cada metro de él— me comentaba con bastante honestidad mientras recorríamos el país.

Y tenía razón. A pesar de ya haberle dado el equivalente a una vuelta entera al planeta (e ir ahora por la segunda), son cientos las "vueltas" que se le pueden dar y aun quedarse con lugares y culturas por conocer. Ya no iba a "Conquistar el mundo" como egocéntricamente decía en un comienzo, ni a descubrirlo metro a metro. Javier me hizo ver que efectivamente lo justo era bajar el alcance de mi proyecto. Lo iba a definir como un muy buen intento de descubrir la mayor cantidad de países, lenguas y culturas, intentando sacar un poco de cada región del planeta para hacerme una idea, bastante resumida, de cómo es el mundo. Hacía la analogía de quien hace un muestreo estadístico o una encuesta, sin la necesidad de consultarle a cada persona se puede obtener un resultado más que satisfactorio.

Quizás nuestro punto más bajo anímicamente fue en esta isla. Al viajar así, paso el 80% del tiempo en lugares “remotos”, como Sumbawa, pero esto tiene un lado B. Y es que quizás luego de algunas semanas en Japón, Manila y Bali, había olvidado lo duro era viajar por esos poblados en bicicleta. Luego un par de días en la isla, las decenas de chinches en mi cama, en un pueblo que ni siquiera aparece su nombre en Google, me comieron cada parte de piel expuesta y las ratas -a las que les tengo fobia- que merodeaban por el lugar me hicieron recordar lo fácil en el que un paseo turístico se puede convertir en una ruta tan tortuosa. La lluvia además empapó gran parte de mi ropa en unas aporreadas alforjas llenas de hoyos que filtran mucho. Luego siempre sale el sol, es verdad, pero la ropa apestosa por la humedad con calor y la cara roja y ardiendo luego de horas de pedaleo los que me recuerden al oído del costo que hay que pagar a cambio de descubrir el mundo.



Cuando llegamos a Bima, la ciudad más grande de la isla, nos quedamos en un hotel muy bueno. Y no hicimos más que descansar. No hubiera disfrutado tanto esos días de no ser por lo duro que fue la ruta. En eso concordamos con Javier, el pasar del infierno al cielo es lo que nos pone de mejor humor, si pasáramos de hotel en hotel, cosas tan sencillas como encontrar una cama decente perderían el encanto. El barco hacia Flores, la siguiente isla hacia el este, nos esperaba y luego de meter mi bicicleta en una bolsa para ahorrarme los 10 euros de llevar a Libertad como bolso, y no como bicicleta, nos embarcamos.





Postales de Sumbawa


La libreta de Javier

Con Safriana y su amiga


Flores era nuevamente un punto neurálgico del turismo de masas del país, pero tuvimos la suerte de conocer gente local que nos invitó a conocer algo de su cultura. Apenas llegamos Javier conoció a Safriana, una mujer de nuestra edad quien nos invitó a un asado a su casa sin casi conocernos. Al llegar vimos que era en la casa de una amiga de ella, cubierta con un velo musulmán. Si bien la isla es de mayoría cristiana, como Safriana (otra muestra de la diversidad religiosa del país), me llamó la atención que en esta isla en particular los musulmanes no viven en una comunidad cerrada, sino que muy mezclados con los cristianos, incluso pudimos compartir un par de cervezas en su casa -que no habíamos podido encontrar durante todas las islas musulmanas- sin objeción. Pocas veces he visto esa mezcla sin que resulte algo caótico. Nos dijeron que les interesaba conocernos, ya que los Bules les parecen interesantes por ser tan blancos, altos y de narices largas. Nos miramos con Javier pensando si había algo de cierto en lo último.

Pulau Padar y Komodo



Visitamos la isla de Pulau Padar -de una arena rosa que jamás había visto en mi vida- y Komodo, para visitar sus famosos dragones. También tuvimos la oportunidad de conocer el fondo marino más hermoso que había visto hasta entonces. Si bien originalmente nos íbamos a quedar varios días, decidimos acortar la estadía y pasar rápido a la siguiente isla al este, Timur ("Este" en lengua tetún), que está dividida entre Timor Occidental (perteneciente a Indonesia) y Timor Leste, que es literalmente traducido como el Este del Este, el último rincón de Asia en el este. Es un país soberano, ex colonia portuguesa y mi último país en Asia luego de más de un año en el continente; es además uno de los 3 países más jóvenes del mundo, logrando su independencia luego de una sangrienta ocupación indonesia hace apenas 2 décadas.



No encontramos un ferry adecuado -salvo uno que demoraba 3 días- así que decidimos ir por aire. Como punto de llegada en Timur escogimos Atambúa, en la mitad de la isla, todavía en el lado indonesio. Durante las últimas semanas, a pesar de estar en un lugar paradisíaco, mi mente no dejaba de pensar en Australia. Mientras caminaba o pedaleaba por Indonesia, mis pensamientos están allá, empezando mi ruta en Oceanía. Pero me estaba perdiendo el vivir “aquí y ahora” poblados tan remotos en la Indonesia profunda. Así que, en mi última semana en Asia, antes del inmenso desafío de cruzar Australia por la mitad, me prometí dejar de pensar en lo que viene y vivir más el presente, disfrutar cada picante comida indonesia y sonreír cada vez que nos griten “¡Bule!" por las calles.



Decidimos partir la mañana siguiente de nuestra llegada a Atambúa y hacer en un día la ruta hasta Dili, la capital de Timor Leste. Pero plan de llegar a Dili ese mismo día chocó con que la bicicleta de Javier llegó con una pieza crítica rota y demoró toda la mañana en arreglarlo. Una vez que lo solucionó, partimos con apuro, ya que sea veía muy difícil llegar en un solo día. Luego de unos kilómetros en ruta esperé bastante a Javier que a veces se me quedaba atrás, pero luego de media hora aguardando por él, no apareció. Asumí que había quedado atrás o había tenido algún problema y decidí seguir para intentar llegar a Dili y contactarlo, en ese momento no tenía conexión -y por los próximos 2 días-. Fue mi primer día de pedaleo en solitario en semanas.


Casi en la frontera entre Indonesia y Timor Leste
A medida que me iba acercando a la frontera empecé a saludar a la gente en portugués ("¡bom dia!"). Quería ver si alguien me respondía, y a unos 10 kilómetros de llegar al nuevo país vi a una familia con algunos de sus amigos, casi todos mayores, donde recibí mi primer “¡bom dia!” de vuelta. Fui a conocerlos y ellos, a pesar de ser de Indonesia, por la influencia histórica de Portugal en la zona, dominaban el idioma. Me recordó a mis primeros 15 minutos en Mozambique luego de un mar de idiomas ininteligibles para mí, por fin alguien me entendía, y yo, podía entenderlo todo. Esa es quizás una de las sensaciones más reconfortantes del viaje.
Timor Leste

Al llegar a Timor Leste, el país 103 de mi vuelta al mundo, descubrí varias cosas. Estaba en uno de los países más pobres del mundo (una cosa es leer la data del Banco Mundial y otra, verlo con tus propios ojos), pero un lugar donde muy pocas personas hablan el portugués, la gente que conocí del lado indonesio eran una excepción. Es además uno de los que menos visitantes extranjeros reciben; estimo que fácilmente más del 80% de la población del mundo desconoce siquiera la existencia de un país llamado Timor Leste, al igual que Palau o Nauru. En mi pedaleo hacia su capital, rodeado de sus chozas (llamadas “Uma Lulik”, de alta importancia simbólica) intentaba comunicarme con la gente en portugués, pero me respondían en su nativo idioma tetun, con un dejo de vergüenza por no poder responderle a un extranjero hablándoles en el que, en el papel, es el idioma oficial de su propio país. La realidad es que el idioma está más asociado a su pasado colonial y sus élites actuales. Yo les respondía con algo de disculpas al hablarles en un idioma que no manejaban.

Rostros de Timor Leste

No pude llegar a Dili en un día, pero sí al siguiente. Nuestros planes originalmente eran llegar hasta el punto más al este de la isla, pero con Javier desaparecido (en un lugar donde hasta Dili no había internet) decidí esperarlo en la ciudad, yo ya conectado, hasta que diera señales de vida. Pasaron 2 o 3 días sin que diera señales de vida y me empecé a preocupar. Cuando estaba por contactar a alguien de la policía apareció, bastante molesto conmigo. Su bicicleta había vuelto a fallar y su visión es que lo dejé solo, la mía es que lo esperé demasiado pensando que venía atrás (y sin posibilidad de comunicarnos remotamente), pero luego de unas cervezas planificamos el cómo seguir la ruta nuestros últimos días. Ya, por tiempo y por ganas, no nos era posible llegar hasta el extremo este del país, así que decidimos ir a la isla de Ataúro. Si el país es uno de los más remotos del planeta, llegar a esa isla puede ser comparables a estar en alguna de esas islas del pacífico sur o del atlántico, era difícil sentirse más desconectados del mundo en términos culturales y logísticos.


Postales de Timor Leste


Él llegó un día después en un barco y yo al siguiente en un vuelo chárter, sobrevolando su capital, sus aguas turquesas y finalmente la selvática isla perdida. Me quedé con una familia local donde, donde como siempre en el país, me recibieron como si fuera parte de la familia. En esta parte del mundo, además de la agricultura de subsistencia, el turismo es uno de los pocos ingresos para subsistir. Más enojo me causaba el hecho del burócrata “Bapak” Luis que me hizo la vida imposible para poder entrar a Timor Leste, cuando deberían, al contrario, promover el conocer este diamante en bruto con hambre de divisas extranjeras. Nos quedamos hasta el domingo en donde la gente de la isla y de la capital transa sus productos cultivados localmente, así como sus animales.


Rumbo hacia la isla de Atauro

Atauro


Luego de varias semanas entre Timor y la Indonesia profunda, nos pasó algo parecido a lo que fue nuestra experiencia juntos en Tayikistán, el hecho de extrañar cosas tan básicas a las que nos acostumbramos y que ya nos son fundamentales, como Internet decente (para trabajar), comida que salga de absolutamente lo mismo todos los días o camas con estándares mínimos para descansar. Creo que gran parte de esto tiene que ver con la edad (yo ya de 36 años, Javier de 39) y mi cansancio acumulado durante años de viaje; quizás por el 2016 o 2017 fácilmente podría haberme quedado meses en el país, pero a esas alturas el hogar me estaba llamando cada vez más fuerte.
Dili

El lunes 17 de julio volé hacia Darwin, en el otro lado del Mar de Timor, en lo que fue mi despedida de Asia luego de un año casi exacto, en más de 10.000 kms desde Kazajistán y 19 países. Ese día cerré mi capítulo Asia e iba comenzar a cruzar el último de los continentes, Oceanía.




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