Soy Carlos Jeldres Venzano. Ingeniero, Chileno, Chillanejo y fanático de Ñublense. El 11 de junio del 2016 dejé mi trabajo y comencé a perseguir mi sueño: dar la vuelta al mundo en bicicleta. 5 continentes, 5 años y más de 100 países. Bienvenidos al viaje de mi vida

Islas Fiyi

Carlos Jeldres Venzano - septiembre 24, 2023


De las pocas zonas geográficas del mundo que me quedaban por conocer, los países del pacífico sur eran probablemente el área que más me interesaba a esas alturas del viaje. Su cultura, que me parecía tan exótica, y lo aislado que están del resto del mundo países como Fiyi, Tonga, Micronesia o Kiribati los hacían ser la parada que mas había estado esperando durante el último año de mi vuelta al mundo en bicicleta. Por este motivo, en mi ruta de vuelta hacia Chile, me tomé más de un mes para visitar algunas de estas islas de la Melanesia y Polinesia en el Pacífico, situadas a entre Australia y Chile, mientras me seguía moviendo hacia el este para volver a mi patria.

Fiyi: 105º país de mi vuelta al mundo
Fiyi fue la primera parada en las islas del pacífico sur, que me recibió con decenas de "Bula", la palabra que más escuché en la ruta. Significa "Hola", pero puede ocuparse como "gracias" o "de nada". Se parecía tanto al "Bule" ("extranjero", en Indonesia) que me era imposible no acordarme cada día de ese país.

Mi plan era cruzarlo desde Nadi (en el oeste) hasta lo más lejos que pudiera llegar hacia el este. Apenas llegué me quedé un par de días en un lodge en Suva, para conocer sus playas y resorts pero me aburrí como ostra. Más allá de sus playas paradisíacas, como en la gran mayoría de los más de 100 países visitados, lo más lindo del país es conocer a su gente y sus costumbres. Por este motivo, antes de partir hacia el este, me metí al área menos explorada del país, sus montañas, último bastión antes de ser colonizado por los ingleses, en el centro de la isla principal, llamada Viti Levu (de la que viene el nombre del país). Lo que aprendí de inmediato en mi primer día pedaleando es que Fiyi es un crossroad geográfico entre la Melanesia, Polinesia y Australasia, pero también es uno religioso; tuve mi primer día de pedaleo de ruta entre mezquitas, iglesias, templos budistas e hindúes. Quizás lo más uniforme del país es su amor al Rugby a lo largo del pequeño país.
Templos hindúes, mezquitas musulmanas, iglesias cristianas y templos budistas uno al lado de otro en los pocos kilómetros cuadrados del país. No recuerdo un día donde me haya topado a las cuatro en una solo jornada de ruta

Ya pedaleando por la costa conocí a muchos indios fiyianos. Una de las pocas cosas que sabía de antemano del país es que estos son la principal minoría (cerca del 40%) dentro del país debido a la gran inmigración que trajeron los ingleses necesitados de mano de obra hace 150 años. Luego de mi traumática experiencia en India pensé que la cultura en el país podía estar muy influenciada por aquel país, pero ambos lugares están (afortunadamente para mí) en las antípodas culturales. El caos, falta de espacio personal y polución de la India, en Fiyi era reemplazado por la calma más absoluta, el respeto al espacio personal y aguas y cielo prístinos. Les preguntaba a los indios fiyianos si no era un choque cultural importante para ellos, pero al ser ya la tercera generación en el país, poco y nada queda de su origen en India, más allá de algunas costumbres, algo del idioma y sus genes. Por el contrario, los que han tenido que ir - había escrito originalmente "volver", pero casi todos ellos iban por primera vez - a la tierra de sus antepasados, me comentaban que el choque cultural era inverso y no se imaginaban viviendo en la India. Entendible, pensaba para mis adentros.

Los Bure son las casas comunitarias donde antiguamente vivía el Jefe del a comunidad, hoy ocupada para reuniones, matrimonios y ceremonias

Entre playas y palmeras, mientras buscaba alojamiento en un pueblito llamado Kulo Kulo, conocí a Pila, quien me invitó a quedarme en su casa y tuve con él un curso exprés intensivo de la cultura fiyiana. Conocí también al jefe de la policía local, Obee, quien me dio una extensa explicación sobre las formalidades al dormir en una comunidad local; no es llegar y tirar mi carpa, sino que debo presentarme con el jefe comunal antes y llevarle un regalo (llamado "Sevu Sevu"), usualmente un racimo de Waka, el nombre de la raíz de la Kava, planta con la que se hace un brebaje levemente embriagante y parte importante en su cultura tanto en la Melanesia como la Polinesia. Quedé algo mareado con todo lo aprendido y lo vivido en solo 24 horas, pero son de esos días que quedan marcados como mi primer día en el África subsahariana o en Pakistán.

Al día siguiente desperté tarde por culpa de los moquitos y por la diferencia de hora. Fiyi está al lado de la línea internacional de tiempo y me había sido difícil acostumbrarme. Por la mañana Pila  me llevó a recorrer todo Kulu Kulu, a pesar de que le insistía que tenía que seguir pedaleando. Él se lo tomaba todo con la extrema calma que caracteriza a este país, "Fiyi time, my friend, relax". El Fiyi Time es hacer absolutamente todo a paso lento y calmado, el tiempo es solo un accesorio irrelevante; "no trabajamos para el tiempo, el tiempo trabaja para nosotros", como les escuché, un concepto que me recordaba mucho al "Hakuna Matata" que conocí en el áfrica subsahariana. Lamentablemente el sol no está enterado del Fiyi Time y sus horas de luz son fijas así que tuve que partir a eso del mediodía.

Votua
Pedaleando, contra el viento para variar, paré a descansar en una Village llamada Votua. Traducía erróneamente Village como Villa, cuando lo correcto es Comunidad. Mientras tomaba aire para seguir me saludó Max, quien resultó ser el Turaga ni Koro de la comunidad, el jefe. Me ofreció quedarme y, a pesar que me quedaban bastantes horas de sol, pensé que sería buena idea. Tenía días de sobra, y bueno...Fiyi Time. Como me habían advertido en Kulu Kulu, seguí la tradición y le hice entrega de mi Sevu Sevu para poder acampar ahí. Se mostraron agradecidos de que había hecho un esfuerzo por conocer y respetar su cultura, ya que muchas veces se quedaban extranjeros sin seguir su protocolo centenario. Lo más valioso de esa noche fue, más allá del conocer el estilo de vida local, aprender cosas como que cada comunidad tiene leyes locales (no pueden ocupar sombreros en el centro del comunidad, por ejemplo, o  la norma que hombres y mujeres deben estar separados en la iglesia comunal), ver niños jugando rugby o tener vistas únicas de la costa y el atardecer, fue conocer más a Max y la sabiduría de un hombre que hace poco había perdido a su mujer. Me decía que el hombre no está preparado para perder a la mujer primero y le decía que mi abuelo, fallecido también hace poco, comentaba exactamente lo mismo, que los hombres no estamos preparados para sufrir ese dolor -cosa que suscribo en un 100%-. También me explicaba de la pasión por el rubgy, para él es mucho más que un deporte, sino la herramienta más eficaz con la que cuenta el Turaga ni Koro para mantener alejados a los más chicos de las drogas -una de la tareas más importantes de él, según me decía Max-. Esa noche me quedé dormido en mi carpa, al lado del mar y afuera de la casa de Max, pensando como a pesar de las inmensas diferencias culturales todos los temas de un hombre se resumen en lo mismo, el cuidado por la familia, el dolor que causa la muerte, el amor a los deportes o el trabajo duro.

Me fui feliz de conocer lo más profundo de la vida en las comunidades y la simple vida de Fiyi. Por este motivo es que Australia me causó tanta antipatía, es una sociedad tremendamente individualistas el centro es el "yo", pero ahora me encontraba una en el exacto opuesto del espectro, donde la comunidad lo es todo.
Con Max antes de partir
Mientras alcancé los 55.000 km y Suva, su capital, decidí que en vez de volar de ahí a mi siguiente país, iba a quedarme un poco más en Fiyi por una simple razón: conocer un país de esta zona del mundo. Pero, ¿conocer uno más de varias decenas? Para explicar esto es necesario detenerme un poco y qué mejor punto para hacerlo que estas páginas finales del libro.
Suva, la capital de Fiyi
A agosto del 2023 había recorrido con Libertad más de 100 países, los que sumados a mis viajes anteriores sumaban casi 130 lugares entre países soberanos, territorios disputados, colonias, S.A.R.s, etc. A mis 7 años cuando veía un mapa me preguntaba "cómo será la vida en Botsuana". Pero a los 36, al ver un mapa, pasaba la mayor parte de esos minutos recordando el cómo vi con mis propios ojos que era la vida en ese u otro país y, el resto de ese tiempo, imaginando, tal como a mis 7 años, cómo será la vida en aquellos ya cada vez menos países marcados en blanco en mi mapa de viajes.

Debo reconocer eso sí, que incluso al momento de escribir estas letras me cuesta trabajo aún el pensar que todo lo vivido ha sido real y no parte un sueño. Siempre termino de mirar un mapa pensando cosas como "que andabas haciendo en Myanmar en medio de una guerra civil" o "qué tenía en la cabeza al entrar de ilegal en Burundi". Los mapas, por ese motivo, me siguen sacando una sonrisa cómplice, con Libertad casi siempre como mi gran testigo.

Pero decir que "conozco" 130 países me suena a una mentira. He estado en 130 países, que es muy distinto. El par de días en Sri Lanka, mi semana en Guatemala e incluso los 4 meses en Rusia no me permiten decir que conozco al país. Y si bien el "no conocer" a un país es una definición tremendamente vaga y aleatoria, me es más fácil definirla como aquellos países o territorios que no son de la lista que considero sí conozco, como Perú, Cuba, Tanzania, Kazajistán, Bulgaria o Egipto, por dar algunos ejemplos. Son unos 30 o 40 en los que siento que absorbí tan profundamente su cultura, dormí con locales en sus pueblitos perdidos, aprendí de sus lenguas y recorrí su geografía de punta a punta, que me siento cómodo diciendo no solo que "he estado", sino que los "conozco". Y Fiyi tiene la gran ventaja de que, al ser pequeño, con un poco de esfuerzo, lo pude poner en esa reducida lista VIP.

Rumbo a Taveuni
Por eso, ya en la capital, luego de recorrida la isla principal (Viti Levu) de punta a punta, aprender de sus idiomas, conocer sus ciudades, dormir en sus comunidades y aprender de sus costumbres ancestrales, decidí extender mi ruta hacia el este, para conocer el otro lado del país, su naturaleza, sus playas blancas, volcanes y colores. Así que luego de visitar su capital y sus museos, me propuse llegar a Tavuni, que es conocida como el "jardín de Fiyi".
Taveuni: el jardín de Fiyi
Taveuni no la elegí al azar y no fue solo por su naturaleza. El meridiano 180⁰, aquel que separa los hemisferios y define el tiempo entre el hoy y el ayer, es posible cruzarlo pedaleando en apenas 3 puntos del globo, por el ártico (en Rusia), por la antártica y por apenas 3 islas de Fiyi, una de ellas Taveuni. Todos puntos de remoto acceso. Pero ¿Cómo iba a dar una vuelta al mundo sin volver pedaleando por uno de los puntos más importantes del planeta? Así que mi espíritu explorador me hizo tomar un eterno barco de dudosa higiene -con chinches de cama que conservé durante semanas en mis ropas - que me llevó a Taveuni, a buscar el punto donde se acaba el hemisferio oriental, donde estuvo Libertad desde el 2019, y volver a mi mitad del mundo, el hemisferio occidental, pedaleando. En medio de niños jugando rugby y mujeres de mediana edad que no entendían la gracia de visitar ese lugar, busqué el punto exacto del meridiano, aquel "bug" espacio temporal del planeta tierra, con el GPS. Este se comportaba de manera muy errática a medida que me acercaba al punto, mandándome a veces a darme la vuelta entera al planeta para encontrar el punto, que estaba señalado en un monte con un cartel, a pocos metros del meridiano real. Ya ahí, di un paso al costado y llegué al meridiano -179º, 59º, 59º, para ver el atardecer. Fui el último humano del planeta (y a Libertad, la última bicicleta) en ver el sol el 26 de agosto del 2023.

El meridiano 180ª, el hoy que se junta con el ayer
Siendo el último ser humano del planeta en ver el sol el 26 de agosto
Taveuni era como me lo esperaba, un paraíso en la tierra que recorrí de punta a punta. Como lamentablemente las únicas opciones para quedarme eran lodges o resorts, me propuse conocer a la gente del staff. Mi mejor compinche en esos días fue Kalisito (Cali) quien me hizo probar la kava por primera vez. En las comunidades, mientras pedaleaba, los Turaga ni Koro se habían negado a darme por que me podía afectar el pedaleo (ya que deja una leve resaca), pero Kali, en cada pausa que le daba a la guitarra entre canciones, me miraba con un "¡Kava Time!" y me servía una y otra vez de la poción mágica. Deja un efecto en extremo relajante, que nada se parece a algo que haya probado antes. De lo mucho que aprendí del país, quizás lo único que me fue imposible determinar si la kava es el motivo de la extrema calma en la personalidad en esta parte de la Melanesia o si esa personalidad es la que hace que hace que ese brebaje calce tan ad hoc con la cultura loca, pero teorizo con que es una relación simbiótica en que uno no se explica sin el otro.

Con Kali y el staff

Luego de una semana en la isla, y más tiempo en el resto del país, me fui feliz con lo aprendido en aquel punto de la Melanesia, al que llegué sabiendo casi nada. De las decenas de países alrededor elegí Samoa como mi próximo destino, ya que estaba ya en la Polinesia, hacia el este, y, por logística, iba a poder viajar en una avioneta para ver esta parte del mundo desde el aire.

Rumbo a Samoa

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