Soy Carlos Jeldres Venzano. Ingeniero, Chileno, Chillanejo y fanático de Ñublense. El 11 de junio del 2016 dejé mi trabajo y comencé a perseguir mi sueño: dar la vuelta al mundo en bicicleta. 5 continentes, 5 años y más de 100 países. Bienvenidos al viaje de mi vida

Tierra Santa

Carlos Jeldres Venzano - mayo 03, 2019


Tel Aviv a la vista
Se me había acabado Europa en Turquía, entraba así a Asia, mi tercer continente en la vuelta al mundo. Era además el inicio de un nuevo capítulo. Medio Oriente. Pero con Siria entre medio de Turquía e Israel, y en plena guerra civil en ese momento, ni siquiera se me pasó por la cabeza la suicida idea intentar cruzarlo. Ni siquiera en bus. No quedó más alternativa que tomar un avión para saltar ese país. Tel Aviv iba a ser el punto de partida del pedaleo que se suponía iba a ser hasta Sudáfrica.

Estaba en el avión que me llevaba a Tel Aviv. Eran las 4 de la mañana y las luces de la costa de la ciudad israelí poco tenían que envidiarle a cualquiera de las principales metrópolis del mundo. Salvo un detalle. Unos pocos kilómetros hacia mi derecha, había una larga franja de tierra sumida en penumbra. Era la Franja de Gaza. A tan solo 50 kilómetros de una de las ciudades más importantes del mundo del mundo, había un territorio que estaba a ciegas por los racionamientos de luz. Apenas minutos después estaba en la tierra santa, el disputado territorio entre Israel y  Palestina.

Al salir del avión me enfrenté a la batería de preguntas de inmigración. Tal y como me habían advertido, varios minutos me tuvieron en interrogatorio. El objetivo del viaje. Que cómo lo financiaba. Que por qué había pedido no recibir una estampa en mi pasaporte de Israel. Que porqué hacía la ruta por Israel y no por Jordania. “Porque encontré un vuelo barato” – respondí estúpidamente. El oficial me quedó mirando con cara de no buenos amigos. “¡Y porqué es un territorio histórico que no me puedo perder!”. Me dejaron pasar y era libre de empezar a pedalear. ¡Hasta Sudáfrica!, como era el plan.


De los siete países de medio oriente que visité, desde la Anatolia turca, hasta la península arábiga, ninguno era tan diferente como Israel. Y claro, es el único que no es de mayoría musulmana, siendo uno de esos especiales países isla en cuanto a pertenecer a una civilización. Quizás el abrasante calor sea lo único que tiene en común, con una cultura tan liberal a diferencia de cada uno de sus conservadores vecinos.

Mientras esperaba que saliera el sol para empezar a pedalear, compré unos dulces en un kiosco. Pensé que se habían equivocado con el vuelto (o me habían timado), pero no. Era yo el que me había equivocado al subestimar los precios en unos de los países (y ciudades) más caros del mundo. Desde que entré a este territorio, me ajusté en economía de guerra. Salvo la cerveza, solo se gastaría en los esencial. Aunque parezca poco creíble, al vivir así gasto incluso menos que en países donde la vida es exponencialmente más económica y donde no me impongo muchas restricciones. En México sin ir más lejos me gasté casi el doble diario que en Islandia o Suecia.

Tel Aviv. Un hermoso oasis de luces, cultura occidental y fiesta en el desierto. Muchos que vienen a Israel y que visitan los países vecinos, se quejan de que la gente acá no es tan simpática u hospitalaria en comparación al mundo árabe. Pero pasa que el mundo árabe o musulmán, es la excepción en cuanto a hospitalidad en el mundo, no es la regla. La gente de Israel era tan o más amable y simpática como lo fueron en USA, Suiza o Italia. En Tel Aviv, cuatro días fueron suficientes para conocer lo más importante de la ciudad, incluida la avenida Rothschild, que lleva el nombre de uno de los personajes más controvertidos de la historia, quien fue el que finalmente dio el visto bueno para la repartición del mandato palestino. Me recorrí con Libertad la ciudad de punta a punta.



Tel Aviv
Mientras estaba en Tel Aviv, cada vez que decía que iba a pedalear en un día hacia Jerusalén, me miraban con cierto respeto, como diciendo “¡wow, felicitaciones!”. ¿Tan poco pedalean acá que no pueden hacer tan solo 80 kilómetros en un día?, me preguntaba. Pero algo de razón tenían, el camino estaba lleno de cerros y empinaduras que a veces no me dejaban pedalear bajo el ardiente sol que quemaba mi cabeza.
Esto ya es Cisjordania, pero en la parte controlada, como la gran mayoría, por Israel.
A la izquierda parte de los asentamientos israelitas, condenados casi unánimemente por la comunidad internacional.

A mitad de camino pedaleando hacia Jerusalén desde Tel Aviv, a unos 40 kilómetros, el GPS me dice que estaba en Cisjordania, “territorio ocupado” de acuerdo al derecho internacional pero en la práctica, casi totalmente controlado por Israel. Las carreteras principales de Cisjordania están casi todas controladas por Israel. Al lado del camino se pueden ver los asentamientos israelitas (ilegales de acuerdo a la comunidad internacional), protegidos por guardias y que se emergen como verdaderas fortalezas a prueba de balas. Palestina controla solo algunas ciudades que corresponden al 10% del territorio (la Zona A). Para llegar a ellas hay que pasar diversos checkpoints militares, en los que se advierte de lo ilegal de pasar para israelitas.
La frontera que se ve en todos los mapas internacionales parece una muy mala broma, donde los pocos territorios controlados por Palestina, regados a lo largo y ancho de este territorio están además conectados por caminos especiales. Por ejemplo, Belén a Ramalah, ambos de los pocos territorios controlados por Palestina, están ubicados entre ellos a escasos 14 kilómetros en línea recta, pero como está Jerusalén entre medio, los palestinos deben hacerlo bordeando un camino en mal estado por las montañas, triplicando el tiempo en llegar.

La iglesia del Santo Sepulcro
El Muro de los Lamentos y, de fondo, la Cúpula de la Roca
Llegué luego de varias horas, ya de noche, a Jerusalén. Al día siguiente exploré la que es probablemente la ciudad más disputada de la actualidad, a solo unos pocos días de que el Trump la declarara como sede de la embajada, declarándola su capital. Quizás la piedra de tope más fuerte de la resolución del conflicto Palestino-Israelí (de las cientos de piedras que hay) es el estatus de la ciudad. Mientras para Israel es su capital “Indivisible y eterna” (así como suena, bien apoteósico, textual según sus leyes), para Palestina representa una lucha irredentista. Viven en la lucha por recuperar (al menos parte) de su capital.
 
En la ciudad, tan solo en pocos metros están los cuarteles judíos, cristianos, musulmanes y armenios. En un lado, el Muro de los Lamentos (probablemente el lugar de más importancia para la religión judía) y a pocos metros (no más de 200), la Cúpula de la Roca; quizás no el primero en importancia para la religión musulmana en comparación a La Meca, pero, aun así, uno de los lugares de culto más importantes de su religión, nada más ni nada menos que la roca desde la cual creen que su profeta Mahoma ascendió a los cielos. Eso es lo que más choca a quién pone atención de estos detalles. Como los lugares de disputas, ya históricas, entre palestinos e israelitas están a escasos kilómetros, incluso metros en algunos casos, unos de otro. Belén o Ramalah (capital temporal administrativa de Palestina) a solo un par de kilómetros de Jerusalén. Cuarteles judíos y musulmanes que literalmente se tocan unos con otros y que son caldo de cultivo para disputas cotidianas. O en Hebrón, donde colonos judíos y palestinos, deben casi forzadamente convivir día a día, a un par de metros, a solo una calle de separación.

Belén, desde el lado controlado por Israel
 

Belen desde adentro.
Luego de visitar este punto imperdible en una vuelta al mundo, seguí hacia al sur. Por fin iba a entrar al área controlada por Palestina. La primera parada en el territorio fue la ciudad donde se dice nació Jesús: Belén.
Pedaleando hacia la ciudad, mientras no podía sacarme de la cabeza la cancioncita esa de “ha nacido en un lugar de Belén, el niño Dios…”, veo que lo lejos aparece algo que poco de espíritu navideño tenía.  Se emerge un muro idéntico o más grande que uno de una cárcel. El problema es que dentro de esa “cárcel” no vivían reclusos que cometieron un crimen, sino toda una ciudad. Como cada asentamiento controlado por la autoridad palestina (la ANP), estaba rodeada de un muro por el cual solo se podía salir por los checkpoints designados y controlados por Israel. Si bien condenado por la comunidad internacional, Israel lo justifica con por ahí se traficaban armas hacia el territorio. Al entrar, uno de los pocos lugares junto con México y Turquía, que me han hecho revisar cada bolso de la bicicleta. Había entrado de la forma más extraña posible a un nuevo territorio, el número 50 de este viaje: Palestina.

Adentro, recorrí el museo de Palestina, donde aparecen detalladas las dispares fuerzas en combate, relatos de soldados iraelitas que desertaron del ejército al considerar que era inhumano lo que pasaba entre varias otras cosas.
Al llegar donde Salah, el dueño del hostal, volví a sentir ese calor musulmán que me gusta.
Él, relajado, esparcido a lo largo y ancho del sillón, me daba la bienvenida.
Algunos detalles de la conversación:
    -“¡Desde Chile! ¿Traes la camiseta del Palestino?” y se larga a reír.
Mientras en otros países árabes no sabían que en Chile existe la colonia más grande de palestinos fuera de medio oriente, acá lo tenían claro. Incluso para las finales o partidos importantes, siguen al equipo de Palestino (uno de los animadores de la primera división de la liga de fútbol chilena) y que hace unos años hizo polémica al usar una camiseta donde el número “1”, tenía la forma del territorio histórico de Palestina.
    -“Yo podría irme perfectamente de acá, a Europa (mientras me mostraba cartas de invitación y pasaporte con visados). Pero mientras la lucha continúe, mientras no solo yo, sino que todos nos podamos mover libremente, me voy a quedar haciendo presencia en nuestra tierra.”
    -“Hay muchos de los nuestros detenidos injustamente, muchos en la cárcel.” Mientras Lidia, una chica croata que también se quedaba ahí, me muestra la caravana de celebración que se vivió cuando liberaron hace solo unos días a un palestino luego de años en la cárcel.
    -“¿Cómo es la relación con los palestinos en Gaza?” – Le pregunté
“Es linda, ¡si somos hermanos! El gran problema es que es imposible viajar a verlos. Han pasado años y años y para nosotros es muy dificil salir y visitarlos. Para ellos es todavía más difícil salir, imposible diría yo. Lamentablemente eso ha causado que, si bien compartimos las mismas raíces, con generaciones separados, inevitablemente se va generando una cultura distinta. Tengo muy buenos amigos de allá que solo puedo conocer por Facebook”.




Ramalah, con mis yahabibis
La advertencia que hay antes de entrar a los territorios controlados por la ANP
La siguiente parada era Ramallah, la capital temporal de Palestina. La pude alcanzar luego de solo un par de horas en bicicleta. Al no ser Palestino, pude hacer el camino corto vía Jerusalén.
Al llegar a Ramalah, lo primero que hay a la entrada, es el campo de refugiados de Qalandia. Son palestinos que llegaron escapando (o fueron expulsados) de la palestina histórica luego de la guerra árabe-israeli de 1948. El “Nakba” o la gran catástrofe como le llaman. No parece el típico campo de refugiados. La Cisjordania controlada por Palestina en general no parece un lugar pobre. A muchos se les viene a la cabeza la pobreza más extrema al pensar en Palestina, pero en Cisjordania no se ve, al contrario de la pobreza y destrucción que sí hay en Gaza.
Campo de refugiados de Qalandia
Al llegar me iba a recibir Mahmmoud, ingeniero de una startup que por no poder contratar profesionales extranjeros por los problemas con Israel, estaba trabajando con las "manos amarradas" como me escribía. Me quedé esperándolo en unos de los lugares tradicionales de Palestina, sus cafés. Cafés de todo tipo, con un aroma intensísimo, mientras al lado se llenaba de palestinos fumando lo que es una tradición acá: la shisha. En la espera, me hice amigo de 4 chicos. 3 palestinos y un francés, que se quedaba de invitado donde los palestinos. Fuimos a un bar, poblado como era de esperar en un país árabe, casi exclusivamente por hombres. Mahmoud llegó al rato.
Luego de un par de cervezas, Mahmoud tenía que irse y me deja la llave. Mohammed, uno de los chicos de la mesa, insiste en que me quede con ellos “el tiempo que quieras. Mi casa es tu casa”.
Claro que quería, pero pensé que ya era aprovecharse de su cultura tan acogedora. Ya mucho me había “aprovechado”: desde que me no dejaran pagar por un arreglo de Libertad en Belén hasta jugos de regalo que me hicieron en el campamento de Ramallah. Mahmoud me insistió, con una frase que me quedó marcada a fuego a la cabeza y que al recordarla me nace una sonrisa:
“Tu bien sabes como tu pueblo nos recibió a muchos de nosotros hace algunos años. Lo menos que puedo hacer es recibirte en nuestro hogar algunos días, Carlos”. Pocas veces algo que me dijeron se me quedó tan grabado a fuego en la memoria. Cuatro días me quedé en su hogar, donde aprendí más de sus costumbres e historia, de la lucha de cada palestino y en particular de su líder Yaser Arafat.


¡Adiós Ramalah!
Al despedirme, como contadas veces con tanta tristeza, enfilé rumbo hacia el punto más bajo del planeta, el mar muerto. Ubicado a menos de 400 metros bajo el nivel del mar. Libertad tomó velocidad de sobre 70 km/h, sentía como la gravedad hacía su trabajo y me llevaba a su punto más bajo. Cualquier bache me hubiera hecho saltar por los aires, pero llegué ileso. Antes de salír del territorio controlado por Palestina quise visitar un último lugar histórico, Jericó, la cual es la ciudad más antigua del mundo.



Daba el atardecer y ya era hora de acampar. En la ruta, todos los caminos tenían enormes letreros de “¡Ilegal salirse de la ruta!”. Aún estaba en Cisjordania, pero en el área, como la mayor parte, controlada por Israel. “¡Dónde carajo voy a acampar!” – pensaba. Al llegar a un checkpoint israelí me recibe una militar. Hermosa, como gran parte de las israelitas, y pequeña. El fusil que llevaba a sus espaldas parecía ser la descripción gráfica de la palabra “contradicción”.
Saliendo del aturdimiento, luego de una conversación, me dice que podía dormir al lado del mar muerto. Había varios más que habían tenido la misma idea. De hecho, el lugar se había convertido en un improvisado campamento hippie. No comparto la verdad gran parte de la filosofía de los hippies; gran parte de los que he encontrado en el camino se jactan de lo poco que les importa el dinero y el desapego de lo material, pero al momento de preguntarles como lo financian, recurren a las herencias/negocios de la familia o bien, directamente a las tarjetas de papá, quien les financia un retiro.
En fin, estaba ahí y tenía que mostrar mi cara más amable. En eso, un hippie de unos 60 años ve a Libertad. “¿Chile?” – Me preguntó al ver la bandera. Le respondo que sí. “Hay una chica chilena acá, que también viaje en bicicleta”. ¡No lo podía creer! Cuáles eran las probablildades. Ahí conocí a Patricia, la primera chilena que veía en meses y que hace parte de su recorrido en bicicleta. Fue lindo hablar en chileno después de tantos y tantos meses. Intentamos hacer coincidir lagunas rutas juntos, pero íbamos a distintas velocidades y por distintos caminos.

En el Mar Muerto

Intentando salir del hoyo del mar muerto. Pendiente teerribles y desierto.
Había llegado al hoyo que era el punto más bajo del mundo. Emocionante fue llegar, pero había que salir de ahí. Y eso no fue tan lindo. Tal y como me pasó con el primer desierto que crucé, el desierto de Atacama, me quedé sin las reservas de agua. Calculé mal el agua que iba a necesitar hasta llegar a la próxima ciudad ya que toda la ruta de subida fue prácticamente empujar a Libertad bajo el sol del desierto, promediando 4 o 5 km/h. Iba a estar un entero día de pedaleo, bajo el desierto y en subida, prácticamente sin agua
“El humano es el único animal que tropieza con la misma piedra", me repetía una y otra vez. Al momento de acampar en el desierto, en medio de la nada, guardé la última botella que me quedaba, medio litro. Tampoco pude comer, ya que toda la comida que tengo en caso de emergencia son conservas, llenas de sodio. No podía darme el gusto de comerlas ya que el cuerpo a los pocos minutos me iba a terminar pidiendo más agua. Con el estómago vacío de agua y comida me fui a dormir. Veía incesantemente el GPS para darme fuerzas y ánimo para el día siguiente. Solo 3 horas hasta el próximo pueblo, repetía. Esa noche recuerdo que fue de las pocas veces, quizás la única, que he sentido los verdaderos efectos de la deshidratación. Un dolor de cabeza que era muy diferente al que había experimentado antes en mi vida y la imposibilidad de pensar en cualquier cosa que no fuera agua.

Me levante a la madrugada, antes que saliera el sol. Así serían menos horas que tenía que aguantar sin agua y el calor no iba a ser tan severo para hacerme transpirar tanto. Mientras pedaleaba, intentaba dar pequeños sorbos de agua cada 15 minutos, pero a la hora y media ya no quedaba nada. Esa última hora y media fue brutal, sentía como el sol del amanecer me estrujaba las últimas reservas de agua del cuerpo y como la cabeza me iba a reventar en cualquier momento.
Al llegar a la ciudad, al primer puesto de bencina, dejé botada la bicicleta y partí al baño a colgarme de la llave de agua. Recuerdo que quedé unos 5 minutos mareado, como en blanco. Una sensación extrañísima y que no me ha vuelto a pasar. Retomé el pedaleo luego de una hora. Bershevá, ya no se veía tan lejos.

Con Ailon y sus amigos
En esa ciudad me esperaba Ailon. Nos habíamos conocido hace más de un año en Montañita, Ecuador. Le prometí que cuando pasara por Israel lo iba a visitar y cumplí. Me recibió con un fuerte abrazo, como si fuéramos amigos de años. Me llevó a conocer su ciudad y sus amigos. Tuve quizás, mi primera noche israelí como tal, con locales.
A pesar de que moría de ganas de conversar con él y sus amigos del conflicto con sus vecinos palestinos, no quise tocar el tema por respeto. Sentía que era demasiado invasivo tocar un tema tan sensible siento invitado. Por algún motivo con los palestinos el tema se da más fácilmente, pero no al revés. Sin embargo, al contarles de mi viaje y mi pasada por territorios palestinos, se les abrió la curiosidad. “¿Cómo es Ramalah?” Me preguntó uno de sus amigos. Curioso me pareció que yo, viniendo de miles de kilómetros de distancia al otro lado del mundo tuviera la posibilidad de conocerlo y ellos, a no más de una decena, les fuera imposible. Para ellos, es contra la ley entrar a esos territorios, considerando que muchos soldados han sido secuestrados o asesinados ahí.

Al comentarles que Palestina fue una de las experiencias más lindas que he tenido en todo el viaje, me preguntaron casi de inmediato y al unísono si me había dado cuenta de "todo lo que nos odian los palestinos (a los judíos)".
"El problema es de ellos, ellos nos odian a nosotros, no nosotros " agregó uno de sus amigos.
Esa frase, casi exacta, fue la que escuché mientras estaba en Palestina; los palestinos decían que eran los judíos lo que los odiaban a ellos, que "nosotros los palestinos, nos tenemos absolutamente ningún problema con los judíos", al tiempo que recuerdo cada uno de los pósters colgados en lugares de Palestina donde lo más suave era un "sionistas genocidas" y la única bandera Palestina que vi en territorio controlado por Israel era una dibujada en campos militares de tiro (donde obviamente, era el blanco). Al preguntar en ambos casos si tenían algún amigo o conocido del otro lado, la respuesta fue casi siempre no.

Siempre había leído y teorizado sobre el "nosotros contra ellos" pero era primera vez que lo veía tan directa, fuerte y abiertamente. Ese "nosotros contra ellos" que fue lo que llevó a Trump al poder. Ese "nosotros contra ellos" que llena de miedo y que fue uno de los principales causantes del Brexit. Por que el "nosotros" viene cargado de una cuota variable de supremacía, la gran mayoría de las veces sin hablarlo explícitamente el nosotros es sin dudas mejor (en diversas dimensiones, desde morales, religiosas hasta políticas) que el ellos. Pero de todos los nosotros contra ellos, todas esas fracturas de civilización que marcaron (y aun marcan en su gran mayoría) imperios y ahora fronteras, este es el conflicto que lamentablemente estoy seguro no tendrá solución en esta generación ni probablemente en la próxima, principalmente por la disparidad de fuerzas tanto locales como geopolíticas. Palestina ha sido el gran olvidado por sus hermanos musulmanes.



Vistas del desierto del Négev
Al salir de Bershevá, fueron dos días pedaleando por el desierto del Négev, el lugar menos habitado de Israel y donde los Beduinos son los amos y señores del lugar. Este es uno de los puntos más estratégicos del mundo. Puerta de entrada al mar Rojo y uno de los pocos lugares del mundo donde solo 4 países están a escasos metros. Arabia, Jordania, Israel y Egipto. Tenía que elegir si seguir directo a Egipto o desviarme un poco del camino y visitar Petra, en Jordania. Por la ansiedad que tenía de llegar a Egipto y por lo caro que resultaba visitar ese lugar (entre tickets, visas de entrada y visas de salida), decidí simplemente seguir mi camino a Egipto.

Al momento de salir de Israel cometí uno de los errores más grandes en lo que va de viaje. Una de mis grandes preocupaciones era el tema de evitar a toda costa alguna estampa en mi pasaporte de Israel o cualquier prueba que estuve en ese país, ya que eso me iba a significar estar vetado de ingresar a varios países musulmanes, incluido Sudán, mi próximo destino a continuación de Egipto y Líbano, donde tenía planificada una visita. Pero tuve la pésima idea de pedir la visa para Egipto en Eliat, Israel. Mi pasaporte quedó marcado con un “Emitido en Eliat” y tenía que tener un buen plan para intentar entrar a Sudán. Mi plan de atravesar toda áfrica en bicicleta estaba en problemas.


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