Paso San Gottardo. A partir de ese momento, empezaba la Europa ítaloparlante. |
Cuando empecé a planificar este viaje, uno de mis grandes miedos era de a poco "volverme loco" mientras viajaba. Iba a pasar todo el día arriba de una bicicleta y tenía el miedo de terminar odiándola. Como lo he escrito varias veces ya, la dificultad más grande de darle la vuelta al mundo sobre una bicicleta, más allá de lo físico, que sí es importante, es la parte mental. El aprender a lidiar con la soledad y con tanto tiempo libre que se tiene. Tan importante como mantener las piernas en buen estado, es el hecho de mantener la cabeza ocupada en algo, pero era bien difícil hacerlo cuando debía tener todos mis sentidos puestos en el camino. Todos en teoría. Decidí en gran parte del viaje sacrificar uno, la audición. Era un riesgo bien alto, pero lo asumí pensando en lo que de seguro iba a ganar mientras pedaleaba al escuchar libros, poemas e idiomas. Por eso, me planteé una meta cuando salí de Chile: aprender un idioma nuevo. Por mis raíces y recordando las lecciones con mi abuelo con chico, la elección fue rápida: italiano. Casi todos los días, por los 32 países que hasta entonces llevaba recorridos, me dediqué a escuchar y repasar mis lecciones de audio en italiano para poder ponerlas en práctica.
Sin embargo la oportunidad de poner en práctica todo lo que había aprendido no llegó en Italia, sino que aun mientras estaba en Suiza, sobre los Alpes. Al apenas cruzar el paso de San Gottardo, no más allá de un par de metros fue como pasar de un país a otro; era la división entre la Suiza de habla alemana y la italohablante. Podía leer todo, estaba feliz de por fin entender las indicaciones, los letreros o los menús que en los países anteriores me era imposible. Ese mismo día, al llegar ya a la ciudad, noté que además de poder leer, entendía todo lo que me decían. Y sin siquiera esforzarme, me empezaron a salir las palabras. ¡Podía hablar fluidamente! Estaba tan orgulloso de mi logro que me lanzaba a hablar con todo aquel que se me pasara por el frente. A diferencia de Suecia, Islandia, Rusia o Polonia, donde por miedo a que no me entendieran, o por miedo al ridículo al pronunciar una palabra mal en su idioma, me limitaba un poco. Creo que es una de las satisfacciones más grandes que se tiene el hablarle a otra persona en su propio idioma. Quizás era tanta la felicidad que ese mismo día casi me mato en una bajada, logré controlar a Libertad que se embalaba a casi 60km/h y zafé con apenas unos magullones. Lección aprendida: las subidas son duras, pero las bajadas son las que me pueden matar y ahí es donde más me tengo que concentrar.
Luego de ese incidente, el pedaleo por la parte italiana de Suiza, una vez bajado los Alpes fue bastante tranquilo, rodeando el Lago Lugano. Y cuando la ruta es muy tranquila, por lo general me dan ganas de tomarme un pequeño desvío. Con lo mucho que amo los mapas y esas anomalías geográficas, al día de pedaleo, veo un exclave de Italia en Suiza. ¿Qué es un exclave? Es una parte de un país que no está contiguo al territorio principal del país, sino que se encuentra rodeado de completamente por otro territorio. Ejemplos hay varios: en Angola, Kalilingrado en Rusia, el Nakhichevan en Azerbaijan, etc. Este, es Campioni d’Italia. Una ciudad de Italia, completamente rodeada por Suiza. Rarísimo, ¿no?
Con la inexistencia de fronteras en Europa, fue poco emotiva la llegada. Una simple bandera de Italia y de la Unión Europea, así como cruzando la calle. ¿Cómo es un exclave? ¿Tiene más del país de origen que del que es rodeado? Claro que depende del país en cuestión, por ejemplo, el mismo Kaliningrado es parte fundamental de Rusia y NADA tiene de los países que lo rodean (Polonia y Lituania), mientras que otros como el exclave azerí de Karki, es azerí solo en el papel, ya que es administrado totalmente por el país que lo rodea, Armenia. Este era un híbrido raro que estaba quizás a mitad de camino entre Kaliningrado y Karki, donde la moneda era el Franco Suizo, la policía era una administración especial Suiza, pero la señal de celular era Italia y sus impuestos, también.
Por fin, Italia |
A poco de seguir pedaleando, llegué por fin a la tierra de mis nonos, la Bella Italia. El objetivo en Italia era recorrerlo desde el norte, hasta la ciudad de Ancona, donde iba a tomar el ferry que me llevaría a los Balcanes. La primera parada fue la ciudad de Como -y su famoso lago-. Luego vendrían Bérgamo, donde planeamos encontrarnos con Marinela y viajar juntos a una vieja conocida para mi, Milán. Después de 16 años, me reencontraba con la ciudad que me llevó a visitar mi abuelo. Luego de una visita a familiares en Torino, empezó la ruta hacia el sur.
Mientras pedaleaba hacia el sur de Italia, el "Viento Tramontano", ese frío viento que baja desde los Alpes y que tanto temía antes de llegar, resultó llevarme como una pluma hacia el centro de Italia, pero al hacer cambiar el tiempo de un momento a otro, me trajo varias sorpresivas lluvias y terminé por quedar sin aparatos electrónicos. Perdí un montón de fotos e información. En menos de 3 días ya estaba al lado de Bologna, y como siempre que me pasa algo malo, viene la devuelta de manos del destino. Ahí me recibió Antonio, ciclista que me llevó a conocer su ciudad tan llena de vida, ya que es la sede de una de las universidades más antiguas del mundo, la universidad de Bologna. La ciudad italiana que más me cautivó en todo el paísu. Son pocas las ciudades que me han gustado tanto en tan pocas horas. Así que cuando tuve que partir, recurrí al recurso infalible cuando no me quiero: ¡pensar en mi próximo destino! A solo dos días de pedaleo, iba a visitar un país dentro de Italia. San Marino. Uno de los microestados europeos, de esas particularidades geográficas que tanto amo, uno de esos lugares que visitó mi abuelo y que sentí que ya lo conocía por sus relatos. Cuando me contaba que al ir a comprar pan estabas en Italia, y al volver, en San Marino. "En serio Tata?", lo miraba a mis 6 años y le preguntaba con un poco de incredulidad y asombro si era verdad. A saber. Es un país enclavado totalmente dentro de Italia, tan pequeño como una ciudad pequeña de Chile. Allá me esperaba Estéfano, el primer sanmarinense que conocí, a tan solo dos días de pedaleo desde Bologna.
Germano, quien mientras estaba en ruta me invitó a comer unas pastas preparadas por él. |
Y Estéfano, quien también me invitó a comer pastas caseras :D |
Mientras me dirigía hacia el micro país, veo que cada vez se me hacía más pesada la bicicleta. Claro, San Marino queda literalmente en la punta de un cerro. Su historia, en un resumen que si algún sanmarinense me leyera se enojaría al saltarme tantos detalles, es que San Marino (un cristiano), escapando de la persecución de su religión, se refugió en un cerro a las afueras de Rímini. De ahí que formara, en los tiempos que eso era posible, su propio país. Se jactan además de ser la república más antigua del mundo, con fronteras casi inamovibles. Su lema es “Libertad”, mi favorito hasta ahora, a diferencia de nuestro criollo “Por la razón o la fuerza” que me da vergüenza de solo escribirlo. Y no es gratuito, ya que históricamente han recibido a refugiados, escapando de distintos imperios o religiones.
En mi ranking de dificultad, Perú ocupará por siempre el primer lugar. Pero si inventara una estadística así como "dificultad por metro cuadrado", San Marino estaría en el primero lugar. Absolutamente todo el país era una amplia montaña, donde no había plano ni un por un solo metro. Llegué con un poco de retraso donde Estéfano, quien me recibió en su gran casa a un par kilómetros (es decir casi la mitad del país) de distancia de Ciudad de San Marino, la capital.
En mi ranking de dificultad, Perú ocupará por siempre el primer lugar. Pero si inventara una estadística así como "dificultad por metro cuadrado", San Marino estaría en el primero lugar. Absolutamente todo el país era una amplia montaña, donde no había plano ni un por un solo metro. Llegué con un poco de retraso donde Estéfano, quien me recibió en su gran casa a un par kilómetros (es decir casi la mitad del país) de distancia de Ciudad de San Marino, la capital.
Vistas de San Marino |
Conversando en su idioma con él y su madre, si bien en San Marino tienen su propio orgullo como país, en el fondo igualmente se sienten italianos. Siempre hago una pregunta "inocente" para ver cómo son los sentimientos nacionalistas. Mi tipo de pregunta favorita es, a -por ejemplo-, un Kazajo de etnia rusa, sobre quien quiere que gane entre una final de hockey entre Rusia y Kazajistán. O a un bosnio de etnia croata sobre quien apoyaría en un partido entre Bosnia y Croacia. En San Marino, en los mundiales por ejemplo, son todos Azzurros. Es un país que causa asombro y extrañeza por sus características, pero evidentemente no da para formar una identidad nacional, más allá de las propias de las regiones de Italia. Sin embargo cautiva, y mucho. Está dentro de los 5 países más particulares que he visitado. Imagínense ir a un cerro y que tenga su propia constitución (de las más antiguas del mundo por lo demás) con una arquitectura e historia tan únicas.
Al día siguiente partía. En la mañana mientras realizaba mi ritual de una cerveza-un país, se me acercan varios sanmarinenses al verme con la bicicleta tan cargada. Primero una amable chica a preguntarme por mi viaje y a invitarme a una celebración tradicional que se realizaba acá -que lamentaré por días haber declinado- y luego un caballero, don Matteo, a quien la conté la historia de mi abuelo y quedó sorprendido por mi italiano. No iba a aceptar que me fuera de su país sin que me mostrara todos los secretos que tenía en su casa.
Al entrar, su esposa me esperaba con una pasta que me recordó a las de mi abuela y al ir a la azotea me muestra una colección de mapas históricos, libros del país, una constitución -ya de por si de las más antiguas del mundo- de siglos de antigüedad. Era coleccionista y había juntado durante toda su vida esos documentos. No pude más que agradecerle por compartir eso conmigo. Me despedí de él con un fuerte abrazo y me fui rumbo a Rímini y luego a Ancona a tomar el barco que haría cruzar los 300 kms del mar XX y me llevarían a Croacia.
En aduanas, ya sabía que me había pasado en al menos un mes en la visa y una de las razones por irme en barco -y por Italia- es que los controles son más flexibles. Mientras hacía la fila en aduanas con la bicicleta y llega mi turno me grita "¡Sei del Tooooro!". Mi prima me había regalado la camiseta del Torino -el Toro-. A diferencia de la Juventus, un club con el que su base de fans están al rededor del planeta, el Toro es más de arraigo local, más sufrido, como mi Ñublense. Quedó encantado al saber que había un nuevo fan del Toro que iba a llevar la camiseta al rededor del mundo. Casi sin mirar el pasaporte ni revisar algo más, me lo timbró y logré tomar el barco. En ese momento agradecí como nunca dos cosas, el haber estudiado italiano y haberme hecho del Toro. Esa camiseta-amuleto la iba a llevar a pasear por otros 70 países. Y sobre el idioma, creo que la frase que resume mejor esas semanas fueron las que dijo Nelson Mandela: "háblale a una persona en un idioma que entiende y le llegará a la cabeza. Háblale en su idioma y le llegará al corazón".
Germano