De las pocas zonas geográficas del mundo que me quedaban por conocer, los países del pacífico sur eran probablemente el área que más me interesaba a esas alturas del viaje. Su cultura, que me parecía tan exótica, y lo aislado que están del resto del mundo países como Fiyi, Tonga, Micronesia o Kiribati los hacían ser la parada que mas había estado esperando durante el último año de mi vuelta al mundo en bicicleta. Por este motivo, en mi ruta de vuelta hacia Chile, me tomé más de un mes para visitar algunas de estas islas de la Melanesia y Polinesia en el Pacífico, situadas a entre Australia y Chile, mientras me seguía moviendo hacia el este para volver a mi patria.
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Fiyi: 105º país de mi vuelta al mundo |
Mi plan era cruzarlo desde Nadi (en el oeste) hasta lo más lejos que pudiera llegar hacia el este. Apenas llegué me quedé un par de días en un lodge en Suva, para conocer sus playas y resorts pero me aburrí como ostra. Más allá de sus playas paradisíacas, como en la gran mayoría de los más de 100 países visitados, lo más lindo del país es conocer a su gente y sus costumbres. Por este motivo, antes de partir hacia el este, me metí al área menos explorada del país, sus montañas, último bastión antes de ser colonizado por los ingleses, en el centro de la isla principal, llamada Viti Levu (de la que viene el nombre del país). Lo que aprendí de inmediato en mi primer día pedaleando es que Fiyi es un crossroad geográfico entre la Melanesia, Polinesia y Australasia, pero también es uno religioso; tuve mi primer día de pedaleo de ruta entre mezquitas, iglesias, templos budistas e hindúes. Quizás lo más uniforme del país es su amor al Rugby a lo largo del pequeño país.
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Los Bure son las casas comunitarias donde antiguamente vivía el Jefe del a comunidad, hoy ocupada para reuniones, matrimonios y ceremonias |
Entre playas y palmeras, mientras buscaba alojamiento en un pueblito llamado Kulo Kulo, conocí a Pila, quien me invitó a quedarme en su casa y tuve con él un curso exprés intensivo de la cultura fiyiana. Conocí también al jefe de la policía local, Obee, quien me dio una extensa explicación sobre las formalidades al dormir en una comunidad local; no es llegar y tirar mi carpa, sino que debo presentarme con el jefe comunal antes y llevarle un regalo (llamado "Sevu Sevu"), usualmente un racimo de Waka, el nombre de la raíz de la Kava, planta con la que se hace un brebaje levemente embriagante y parte importante en su cultura tanto en la Melanesia como la Polinesia. Quedé algo mareado con todo lo aprendido y lo vivido en solo 24 horas, pero son de esos días que quedan marcados como mi primer día en el África subsahariana o en Pakistán.
Al día siguiente desperté tarde por culpa de los moquitos y por la diferencia de hora. Fiyi está al lado de la línea internacional de tiempo y me había sido difícil acostumbrarme. Por la mañana Pila me llevó a recorrer todo Kulu Kulu, a pesar de que le insistía que tenía que seguir pedaleando. Él se lo tomaba todo con la extrema calma que caracteriza a este país, "Fiyi time, my friend, relax". El Fiyi Time es hacer absolutamente todo a paso lento y calmado, el tiempo es solo un accesorio irrelevante; "no trabajamos para el tiempo, el tiempo trabaja para nosotros", como les escuché, un concepto que me recordaba mucho al "Hakuna Matata" que conocí en el áfrica subsahariana. Lamentablemente el sol no está enterado del Fiyi Time y sus horas de luz son fijas así que tuve que partir a eso del mediodía.
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Votua |
Me fui feliz de conocer lo más profundo de la vida en las comunidades y la simple vida de Fiyi. Por este motivo es que Australia me causó tanta antipatía, es una sociedad tremendamente individualistas el centro es el "yo", pero ahora me encontraba una en el exacto opuesto del espectro, donde la comunidad lo es todo.
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Con Max antes de partir |
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Suva, la capital de Fiyi |
Debo reconocer eso sí, que incluso al momento de escribir estas letras me cuesta trabajo aún el pensar que todo lo vivido ha sido real y no parte un sueño. Siempre termino de mirar un mapa pensando cosas como "que andabas haciendo en Myanmar en medio de una guerra civil" o "qué tenía en la cabeza al entrar de ilegal en Burundi". Los mapas, por ese motivo, me siguen sacando una sonrisa cómplice, con Libertad casi siempre como mi gran testigo.
Pero decir que "conozco" 130 países me suena a una mentira. He estado en 130 países, que es muy distinto. El par de días en Sri Lanka, mi semana en Guatemala e incluso los 4 meses en Rusia no me permiten decir que conozco al país. Y si bien el "no conocer" a un país es una definición tremendamente vaga y aleatoria, me es más fácil definirla como aquellos países o territorios que no son de la lista que considero sí conozco, como Perú, Cuba, Tanzania, Kazajistán, Bulgaria o Egipto, por dar algunos ejemplos. Son unos 30 o 40 en los que siento que absorbí tan profundamente su cultura, dormí con locales en sus pueblitos perdidos, aprendí de sus lenguas y recorrí su geografía de punta a punta, que me siento cómodo diciendo no solo que "he estado", sino que los "conozco". Y Fiyi tiene la gran ventaja de que, al ser pequeño, con un poco de esfuerzo, lo pude poner en esa reducida lista VIP.
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Rumbo a Taveuni |
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Taveuni: el jardín de Fiyi |
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El meridiano 180ª, el hoy que se junta con el ayer |
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Siendo el último ser humano del planeta en ver el sol el 26 de agosto |
Luego de una semana en la isla, y más tiempo en el resto del país, me fui feliz con lo aprendido en aquel punto de la Melanesia, al que llegué sabiendo casi nada. De las decenas de países alrededor elegí Samoa como mi próximo destino, ya que estaba ya en la Polinesia, hacia el este, y, por logística, iba a poder viajar en una avioneta para ver esta parte del mundo desde el aire.
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Rumbo a Samoa |